martes, 16 de junio de 2009

BiblioBurros


La historia de un maestro colombiano se mezcla con los ensueños delirantes. Tiene que ver con libros, lecturas, movimientos sociales y bibliotecas.Dios me libre, no me refiero al vicepresidente, que posee 25.000 obras, pero no las puede haber leído y son adornos para presumir de sabio en algún aposento. Pudiera ser un homenaje a Werner Guttentag, ese paladín de los libros que ha viajado al cielo. Hablo de Luis Soriano, un maestro de primaria colombiano que es uno de esos héroes pequeños, pero gigantes, que insuflan esperanza en medio del cambalache de este mundo.
Durante la última década, Soriano ha cargado libros en alforjas con “Biblioburro” de membrete, a sus asnos Alfa y Beto, y emprendido viajes de fin de semana, en itinerario de aldeas olvidadas en un país feliz aún azotado por la guerrilla. Su biblioteca inicial de 70 ejemplares tiene hoy casi 5.000 libros, desde fábulas selváticas de Horacio Quiroga hasta ediciones llenas de fotos de colecciones de Time-Life, fáciles de leer por la gente del campo.
El concepto que impulsa a este benefactor es sencillo: prestar libros a gente pobre ayuda a mejorar sus condiciones de vida. No solo de pan vive el hombre, y vaya que leer poesías de Rubén Darío inspira a un adolescente, Paulo Coelho y su historia de la irlandesa Brida motiva a una joven, o recetas de Laura Esquivel en Como agua para chocolate nutren el diario pasar de un campesino.
Condición indispensable para el éxito de la iniciativa es saber leer. Es un logro que el gobierno de Evo Morales presume en Bolivia: no pasa el día en que no voceen analfabetismo cero en un distrito o ciudad del país. Es logro de voluntarios castristas con fondos chavistas en régimen masista; me late que no es con “mi mamá me mima” que se aprende el alfabeto, sino con rimas de Fidel, Hugo y Evo.
Vinculada al proceso político es la indoctrinación, digo, alfabetización, como son los ‘movimientos sociales’ a la monserga oficial y a las faltriqueras chavistas. Hace poco anunciaron que Achachicala era libre de analfabetismo; después de los bárbaros eventos ocurridos allí, en los que el gobierno tenderá manto de olvido como en Ayo Ayo, Pucarani, Epizana o Ivirgarzama, reputa a sus vecinos de linchadores letrados, empezando por su alcalde socapador. La propaganda oficial no toma en cuenta que saber leer y escribir es cuestión de práctica. Yo sé manejar bicicleta, pero otra cosa es pedalear en el tráfago urbano de las horas pico sin chocarse. Hay también, y son los más, analfabetos por desuso. Sin uso con programas de lectura, la alfabetización es una burla cruel. Refunfuñé sobre el correo de algún lector en Trinidad. No sea puej burro, señor columnista, escribió. ¿No ve que da ideas para que los textos que repartan sean palabrerías etnopopulistas de García Linera, blablá bolivariano de Chávez y peroratas de horas de Fidel?
Le contesté que hecha la ley, hecha la trampa. Tengo la fundación y el proyecto para organizar la colecta de libros. La caridad empieza por casa y donaré varios empastados. Me sobra algo del cartón que fabricara hasta hace poco, para encuadernar algunas de obras que donen bondadosos ciudadanos. Convencí a imprentas piratas a donar una decena de cada título plagiado. Delegué funciones a tantas oenegés que andan por ahí rascándose las nalgas. Falta lo difícil: instituir un apostolado de bibliollamas en el altiplano, biblioburros en el valle, bibliobueycaballos en el oriente y bibliocabras en el Chaco. Apenas comenzada la distribución de libros y antes de salvar algún alma de su vacío existencial con la lectura, intervino el régimen triangular de Evo Morales, que es autocrático en la cima y oclocrático en la base.
En tierra de lampiños, al bibliollamero del altiplano le encontraron pornográfica la descripción de Henry Miller de una judía neoyorquina con una felpa crespa de ombligo a entrepierna; fue momento previo a cavar un hoyo, poner cama y colcha de piedra calentada en la hoguera de los libros, y hornear a la llamita, cuando no al bibliolibrero. En el valle exigieron que la biblioburrita se aparee con un jumento en cada aldea, hasta que se tuvo que darle de baja por preñez de burro desconocido. El bueycaballo ha sido sustituido por avionetas en el oriente, pero abigeatistas sin tierra robaron el bibliobueycaballo y usaron el papel de los libros para higiene coprológica. La bibliocabra fue distendida en cruz al rescoldo de fuego en el Chaco, porque no había nada de mesianismo guaraní en las alforjas, aparte de Apiaguaiqui-Tumpa de Hernando Sanabria Fernández.
Son los ‘movimientos sociales’, socapó el gobierno. Luego copiaron la idea, no con llamas, burros, bueycaballos y cabras, sino con 4 x 4 donados por Venezuela. Estaría el librito rojo de Zedong, pero no la realista biografía Mao de Jung Chang. La cínica Rusia mandaría Imperialismo, la etapa superior del capitalismo de Lenin, pero no El doctor Jivago de Pasternak. Llegaría de Cuba La historia me absolverá de Fidel; nada de Cabrera Infante. Lloverían ediciones de Jefazo y seguirían abiertas las venas de América Latina con Galeano. Brillarían por ausentes el Manual del perfecto idiota latinoamericano y El regreso del idiota de Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa; ni pensar en Jean-Francois Revel y sus Ni Marx ni Jesús, El Estado megalómano y Cómo terminan las democracias.
Aún así, quieren cambiar la educación, quieren desacreditar libros, himnos, en fin quieren que volvamos a la era prehistórica.
Desperté de un sueño convertido en pesadilla, mágico momento de trinos alborotados de dragoncillos alados que se cuentan los avatares del día que se muere. En ese momento la voz de Kenny Rogers alertaba a bellas que no se enamorasen de soñadores, como yo. Cómo no estar contento con la vida, si luego quedé solo, pero agradecido y consolado, con los acordes de la canción Ella cree en mí, nunca sabré lo que ve en mí, pero ella tiene fe en mí.

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