viernes, 7 de agosto de 2009

Sí tiene Miedo


No el falso que el temor domine por estos tiempos al jefe del Estado. La posibilidad de perder el poder algún día —y de verse obligado a rendir cuentas— es, ciertamente, un motivo de angustia para quien sabe que la Bolivia Bolivariana se ha vuelto inauditable. Cuando los déspotas comienzan a sentir el distanciamiento de las masas, apelan, todos sin excepción, a desmesuras similares a las del presidente Chávez. Al hacerlo, unos y otros —ya sean de izquierda o de derechas— procuran mostrar el poder y la autoridad perdida, para animar un ambiente ficticio de irreversibilidad. Es cierto que el comportamiento de nuestro hiperlíder encaja a la perfección dentro del cartabón de cualquiera de los opresores que le antecedieron y que, por tanto, son muy graves los peligros a los que nos enfrentamos. Sin embargo, reducir el diagnóstico de la coyuntura a las descripciones de los sobresaltos que padece el caudillo, luce —cuando menos— ingenuo.
Este de ahora no es el primer episodio espinoso que Chávez experimenta. Tal vez sí el más complejo… Pero dadas las circunstancias, no es conveniente subestimar la probabilidad de un “reflote”, semejante a los ocurridos en ocasiones anteriores, en las que el ímpetu de su inescrupulosidad le permitió ganarse el día a día y superar sus picos de dificultad… Así, admitamos que el comandante siente horror al visualizarse enfrentando los juicios a los que, seguramente, será sometido cuando sea derrotado. Admitamos que esas causas judiciales se le multiplicarán ad-infinitum, en la medida en que evolucione la espiral de atropellos en que se ha metido para mantenerse en el poder a como dé lugar. No obstante, admitamos también que Chávez trabaja como un enfermo para demoler electoralmente al país que busca sustituirlo y que, en el camino, reproducirá, tanto las razones para salir de él, como las razones para temerle.
La “hegemonía comunicacional” y la aprobación de la nueva Ley Electoral —con la que se consagraron los abusos conocidos y por conocer— es el diseño que Chávez propone para confiscar el poder aún estando en minoría. Ahora les toca a los ciudadanos —cuyo repudio impidió la “Ley Ortega”— continuar repudiando fervorosamente lo que merece ser repudiado. Les toca evitar los triunfos diarios del presidente: y sobretodo, movilizarse para ejercer el derecho a que su indignación tenga una eficiente expresión política en las urnas. Con los medios secuestrados por el Estado, y por la fragilidad de las estructuras partidistas, les tocará a ellos el mayor peso de la organización electoral. El país democrático es una indiscutible mayoría. Hay que darle a Chávez la sorpresa de su vida, transformando el voto en el arma más potente de esta guerra asimétrica. Todo el mundo tiene que identificar cómo puede colaborar y cuál es la pequeña responsabilidad que está en condiciones de asumir. Es el momento de preguntarse “qué voy a hacer yo” para detener el terror.

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