jueves, 10 de septiembre de 2009

La Soberanía Boliviana

Nada menos que las narcoguerrillas colombianas de las FARC le han dado el visto bueno a las denominadas “bases de paz” que instalará Venezuela en varios países, entre ellos Bolivia, donde las autoridades de defensa hablan tan sólo de la remodelación –con fondos venezolanos- de algunos cuarteles militares en Pando, la frontera con Brasil y otro en el límite con Paraguay.
Los guerrilleros colombianos, cuyo poder de expansión hacia otros países ha sido admirable en los últimos años, esperan que estas bases militares florezcan y se multipliquen en todo el continente para que sirvan de focos de resistencia a la influencia norteamericana en la región. Usando un palabrerío típico de los mítines, las FARC consideran que esto de las bases se ha vuelto más o menos como un tablero de ajedrez y que mientras Estados Unidos mueve sus piezas en Colombia, Venezuela lo hará en otros sitios. Ellos por supuesto, hacen lo propio, como se pudo comprobar en Ecuador, donde operaba un comando de Raúl Reyes, miembro de la plana mayor de las FARC. El hecho de identificarse plenamente con el expansionismo político y militar venezolano no debe sorprender, menos después de que se han producido pruebas de que Hugo Chávez es un eficaz proveedor de armas modernas a los terroristas y que el narcotráfico es parte esencial del proyecto bolivariano.
Hablar de “bases de paz” resulta una broma de mal gusto de Hugo Chávez, quien ha afirmado claramente y en reiteradas ocasiones, que su idea es desatar uno y más Vietnams en Bolivia. ¿Qué paz pueden fomentar los venezolanos en Pando después de lo que sucedió hace un año en ese departamento? ¿De qué paz son capaces de hablar las FARC?
El tema de las bases se ha vuelto muy controversial desde que gobiernos populistas y abiertamente antiestadounidenses tomaron el poder en varios países de América Latina. El ecuatoriano Rafael Correa, por ejemplo, declaró como un gran logro el desmantelamiento de la base norteamericana de Manta, donde trabajaban apenas un puñado de militares, casi todos técnicos que operaban equipos de monitoreo aéreo para rastrear aviones con narcotráfico. El afán “expulsionista” también se produjo en Bolivia, donde el presidente Morales ordenó el retiro de los agentes de la DEA que habían estado evitando que el narcotráfico se desborde, como está sucediendo en este momento.
Ni la Unasur o la OEA se han manifestado en relación a estos fenómenos, especialmente con respecto al renovado auge del narcotráfico, pero sí se armó un zafarrancho con el acuerdo militar entre Colombia y Estados Unidos, dirigido específicamente a combatir el terrorismo y el tráfico de drogas. Menos mal que en la reunión de Bariloche todo se quedó en la pirotécnica verbal de Chávez, Correa y Morales, quienes enarbolan la soberanía y la dignidad de los pueblos cuando les conviene. Los paraguayos, un pueblo que sabe de guerras y agresiones extranjeras, no se tragan el cuento chavista y han pedido explicaciones de los movimientos armamentistas en Bolivia. Justamente hoy, el canciller David Choquehuanca se encuentra en Asunción dando explicaciones a su colega del vecino país. Seguramente para brasileños y peruanos no resultan nada inocentes estas movidas venezolanas en pleno corazón de América del Sur.

La soberanía sirve para expulsar a la DEA, pero se la ignora cuando Venezuela, muy amigo de las FARC, se mete en los cuarteles bolivianos.

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